Arte y resistencia, el dilema de una sociedad que censura lo que incomoda

16.12.2024

Durante el Quitofest 2024, un performance artístico durante el acto de una agrupación encendió el debate público, luego de que se escenificara una acción simbólica que representaba un fuerte cuestionamiento al presidente Daniel Noboa. Este acto, visto por algunos como un ejemplo legítimo de protesta política, desencadenó críticas desde diversos sectores, incluidos miembros del gobierno y ciertos grupos ciudadanos, quienes calificaron el evento como "violento" o "grotesco". Más allá de este caso puntual, lo sucedido expone un conflicto más profundo: los prejuicios culturales y las tensiones que surgen cuando expresiones artísticas urbanas o críticas al poder incomodan al status quo.

"Mugre Sur ahorca un cartón del presidente Daniel Noboa en el escenario del Quitofest y explotan alarmas sobre los límites del arte y lo que el arte debería ser. En el medio, rasgarnos las vestiduras es lo que nos sale más fácil." PLAN ARTERIA

En esta polémica no solo se cuestionó el contenido del acto, sino también el lenguaje, la estética y el estilo asociados a ciertos géneros artísticos como el rap y el hip-hop, lo que evidenció una división entre quienes ven en estas expresiones un reflejo de realidades sociales y quienes las consideran incompatibles con una visión de cultura "universal" o "aceptable". Esto plantea una reflexión necesaria: ¿debe el arte limitarse a complacer al gusto generalizado o tiene el deber de representar también las voces de sectores históricamente relegados? Este debate trasciende lo estético, tocando cuestiones fundamentales sobre diversidad cultural, libertad de expresión y el papel del arte en el cuestionamiento del poder.

Es especialmente preocupante la construcción de discursos que intentan posicionar como criminales o violentos a quienes ejercen su legítimo derecho a la resistencia. Este enfoque no solo invisibiliza el malestar social que provoca estas expresiones, sino que podría justificar acciones represivas contra otros artistas o gestores culturales que no se alineen con la versión de arte y cultura considerada "aceptable" por el poder. Este tipo de narrativa erosiona no solo la libertad de expresión, sino también la riqueza que proviene de la pluralidad cultural y artística.

Más allá de estar de acuerdo o no con este tipo de expresiones, es fundamental detenernos a reflexionar antes de reaccionar basándonos en prejuicios o emociones inmediatas. En una sociedad polarizada, es fácil reducir todo a un enfrentamiento entre bandos, olvidando que el arte, polémico o no, nos invita precisamente a cuestionar. Lo importante no es solo evaluar el acto en sí, sino generar un diálogo que permita analizar tanto el mensaje como las reacciones que suscita, entendiendo estas manifestaciones como una oportunidad para debatir sobre las tensiones que atraviesan nuestra sociedad y cómo podemos abordarlas de manera constructiva.

Al considerar este caso dentro de un contexto más amplio, notamos que numerosos artistas, agrupaciones y gestores culturales han levantado la voz en distintas formas, reflejando como un espejo la inconformidad de una ciudadanía profundamente afectada por las desigualdades y fracturas sociales. Este malestar no debe enfrentarse con desaprobación ni estigmatización, sino como un llamado a escuchar y reconocer las problemáticas de fondo. Es aquí donde el arte deja de ser únicamente una expresión estética y se convierte en un vehículo de denuncia, resistencia y transformación social.

En definitiva, el reto no está en decidir si una expresión artística particular es adecuada o no, sino en comprender que, como sociedad, tenemos la responsabilidad de valorar estas manifestaciones más allá de nuestras preferencias personales. Reflexionar antes de reaccionar, aceptar la diversidad cultural y fomentar diálogos abiertos son los pasos necesarios para construir un espacio donde el arte sea verdaderamente libre y significativo, incluso cuando incomoda.